jueves, 17 de noviembre de 2011

SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXVII. MAESE PEDRO O EL GALEOTE GINÉS DE PASAMONTE. CONSEJOS A LOS DEL REBUZNO



En este capítulo cuenta Cide Hamete quién era maese Pedro y cómo trabajaba con su mono. Éste era Ginés de Pasamonte (I,22), galeote que junto con otros, don Quijote los puso en libertad y se lo agradecieron muy mal; era un pícaro al que don Quijote lo llamaba “Ginesillo de Parapilla” y fue también el que le robó el rucio a Sancho mientras dormía (II, 4). Como era buscado por la justicia por las muchas delitos cometidos, se pasó al reino de Aragón; escribió un libro con sus bellaquerías; consiguió un retablo; le enseñó trucos a un mono que le compró a unos cristianos que venían de Berbería; se cubrió un ojo y se  buscó la vida como titiritero, engañando a la gente, haciéndoles creer que adivinaba cosas que antes había averiguado. Cobraba dos reales por las respuestas. Cuando entró en la venta conoció a don Quijote y a Sancho, con lo cual le fue fácil responder a lo que se le preguntó.
Cuando don Quijote salió de la venta quiso ver primero las riberas del Ebro antes de dirigirse a Zaragoza. Anduvo dos días sin que le aconteciera nada especial. Al tercer día oyó un gran estruendo de atambores, trompetas y arcabuces. Creyendo que era un ejército, se subió a una loma y vio a los pies de ella más de doscientos hombres armados de lanzas, ballestas y arcabuces.  En uno de los  estandartes  que llevaban había pintado un asno rebuznando y debajo  se podían leer los siguientes versos: “No rebuznaron en balde / el uno y el otro alcalde”.
Se lo dijo don Quijote a Sancho y le comentó que los que le habían dado la noticia habían confundido a regidores con alcaldes. Sancho le replicó que esa confusión poco afectaba para la verdad de la historia. Pronto don Quijote se dio cuenta de que se trataba de los del  pueblo del rebuzno que habían salido a luchar contra los de alguna aldea vecina.
Se les acercaron don Quijote y Sancho y, después de presentarse, les rogó que le escuchasen, advirtiéndoles que si su razonamiento los llegaba a molestar, a la primera señal, se callaría. Empezó diciéndoles que había sabido de sus desgracias, pero que no se deberían considerar afrentados, pues según las leyes del duelo, la afrenta es personal, no para un pueblo entero. Les pone como ejemplo el romance de Diego Ordóñez y considera que “cuando la cólera sale de madre, no tiene la lengua padre, ayo ni freno que la corrija”. Después de demostrarles que una persona no puede afrentar a un pueblo entero les continúa diciendo que “Los varones prudentes, las repúblicas bien concertadas, por cuatro cosas han de tomar las armas y desenvainar las espadas y poner a riesgo sus personas, vidas y haciendas: la primera, por defender la fe católica; la segunda, por defender su vida, que es de ley natural y divina; la tercera, en defensa de su honra, de su familia y hacienda; la cuarta, en servicio de su rey en la guerra justa; y si quisiéramos añadir la quinta, que se puede contar por segunda, es en defensa de su patria…tomarlas por niñerías y por cosas que antes son de risa y pasatiempo que de afrenta, parece que quien las toma carece de todo razonable discurso; cuanto más que el tomar venganza injusta, que justa no puede haber alguna que lo sea, va derechamente contra la santa ley que profesamos, en la cual se nos manda que hagamos bien a nuestros enemigos y que amemos a los que nos aborrecen, mandamiento que aunque parece algo dificultoso de cumplir, no lo es sino para aquellos que tienen menos de Dios que del mundo y más de carne que de espíritu; porque Jesucristo, Dios y hombre verdadero, que nunca mintió, ni pudo ni puede mentir, siendo legislador nuestro, dijo que su yugo era suave y su carga liviana, y así, no nos había de mandar cosa que fuese imposible el cumplirla. Así que …están obligados por leyes divinas y humanas a sosegarse”.
Sancho quiso abundar en razones y para demostrar que el rebuznar era una cosa graciosa y propia de personas habilidosas, empezó a  hacerlo. Uno de los que estaban a su lado se sintió ofendido y le dio tal palo que lo tumbó. Don Quijote quiso salir en su ayuda, pero al ver el ejército al que se enfrentaba y las piedras que le llovían, salió rápidamente del lugar.
A Sancho lo subieron  sobre su asno; el rucio siguió a Rocinante. Don Quijote al ver que Sancho venía lo esperó. Los del rebuzno, al no aparecer el enemigo, se volvieron a su pueblo.

Comentario

El capítulo se estructura en dos partes: a) La identidad de Maese Pedro; b) Los consejos de don Quijote sobre el uso de las armas.
En la parte primera describe Cervantes a Ginés de Pasamonte como un embaucador, mentiroso, que había escrito un mal libro en el que se contaban maldades y bellaquerías y que a base de engañar consiguió bastante dinero. Parte de esta descripción concuerda con la que ofrecía de sí Jerónimo de Pasamonte en su “Vida y trabajos de Jerónimo de Pasamonte”, de 1593 y 1603.
Cuando se publicó el Quijote apócrifo en 1614, compuesto por el Licenciado Alonso Fernández de Avellaneda, la crítica cervantina se preguntó quién podía ser el tal Fernández de Avellaneda.
El catedrático y cervantista Martín de Riquer, en diversos estudios, propuso y demostró que el tal Fernández de Avellaneda fue el soldado Jerónimo de Pasamonte. Estos estudios se han corroborado con los del catedrático  Daniel Eisemberg y el profesor de la Universidad de Valladolid Alfonso Martín Jiménez, en Cervantes versus Pasamonte  (“Avellaneda”): crónica de una venganza literaria.
Es cierto que se manifiesta cierta antipatía personal entre Cervantes y el personaje Ginés de Pasamonte o “Ginesillo de Parapilla”. Martín Jiménez demuestra en su estudio que la antipatía procede de los servicios militares de ambos soldados cuando formaban parte del tercio de Miguel de Moncada en la batalla de Lepanto.  “En el libro que escribió Pasamonte sobre su vida se adjudicó actitudes heroicas y especialmente en la defensa de la Goleta, en la que, según documentos históricos no hubo verdadero combate. Sin embargo, Cervantes recibió en Lepanto dos arcabuzazos en el pecho y quedó manco. No es de extrañar que satirizara a Pasamonte en la primera parte del Quijote, tratándolo de embustero, cobarde y ladrón”.
Otros estudios han relacionado a Avellaneda con el círculo de amistades de Lope de Vega, tal es el caso del profesor de la Universidad de Castilla La Mancha José Luis Pérez López, en “Lope, Medinilla, Cervantes y Avellaneda”.
La segunda parte del capítulo se centra en una especie de consejos o avisos sobre el uso de las armas y la venganza. Como ha expuesto el catedrático Lázaro Carreter en La prosa del Quijote, Cervantes había leído a Fray Antonio de Guevara, maestro en “la doctrina de avisos de buen gobierno”; su influencia se percibe claramente en el discurso que don Quijote les da a los combatientes del pueblo del rebuzno. Por otra parte, observamos que lamentablemente tiene que salir huyendo por la osadía e ignorancia de Sancho de ponerse a rebuznar. El resultado final: huida apresurada de don Quijote, está en la línea de lo que apunta Daniel Eisemberg cuando explica “El humor en el Quijote”: “Cervantes creía que el humor surge del contrate entre lo que ocurre y lo que el lector piensa que sería lo adecuado”. Don Quijote realiza un discurso convincente y muy persuasivo sobre lo que no se debe de hacer. El resultado es todo lo contrario al fin perseguido.  
El catedrático de Literatura de la Universidad de Navarra Ignacio Arellano,  analiza este episodio desde "la tradición folclórica de los cuentos de asnos y rebuznos, que ya aparecen en El asno de oro de Apuleyo". Además de los motivos cómicos de la sandez de Sancho en rebuznar y sus consecuencias, destaca el profesor Arellano la influencia erasmista, también señalada por Bataillon, en Erasmo y España, "don Quijote recomienda no matarse por naderías", así como "el ideal ético del perdón, propio del humanismo erasmista"

 

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