lunes, 14 de noviembre de 2011

SEGUNDA PARTE. CAPÍTULO XXVI. LAS VIVENCIAS DE DON QUIJOTE EN EL RETABLO DE MAESE PEDRO





Había un silencio total, solamente roto por el sonido de las trompetas y los atambores cuando el trujamán ( el interprete de lenguas o artista de la palabra)  empezó diciendo que la historia que se iba a representar trataba de la liberación de Melisendra, cautiva por los moros en Zaragoza, por su esposo don Gaiferos.

El trujamán empieza describiendo la escena en la que se ve a  don Gaiferos jugando despreocupadamente a las tablas, en París. Su suegro,  el emperador Carlomagno, le recrimina duramente y se marcha. Don  Gaiferos se indigna, arroja el tablero y le pide la espada a su primo don Roldán, éste rehúsa dársela porque quiere acompañarlo a rescatar a Melisendra. Don Gaiferos lo rechaza, diciendo que se basta él solo para recuperar a su esposa.

 Les pide a continuación el trujamán al público que miren hacia una de las torres del alcázar de Zaragoza, en la que está Melisendra asomada mirando hacia Francia donde se encuentra su esposo. En ese momento aparece un moro por detrás y la besa en la boca. Ella escupe. En ese momento aparece el rey Marsilio; ha visto la acción y manda que lo castiguen con doscientos azotes. El trujamán cuenta a continuación ciertas características del proceso judicial moro.

 Intervino don Quijote para decirle al muchacho “seguid vuestra historia en línea recta y no os metáis en las curvas o transversales, que para sacar una verdad en limpio menester son muchas pruebas y repruebas”. También añadió maese Pedro: “sigue tu canto llano y no te metas en contrapuntos, que se suelen quebrar de sutiles” (Uno y otro consejo insisten en contar las cosas de la forma más simple posible y rechazar las digresiones impertinentes)

Aceptó los consejos el trujamán y presentó a don Gaiferos con su capa gascona. Su mujer, sobrepuesta del acoso del moro, mirando desde la torre y hablando después con su esposo. Da entender que lo ha reconocido y se descuelga del balcón para ponerse en las ancas del caballo de su marido, pero se queda enganchada en una punta del faldellín.

Don Gaiferos consigue que baje al suelo. La sube a las ancas de su caballo, le manda que le eche los brazos por la espalda para que no se caiga. El caballo relincha de alegría porque lleva a su señor y su señora y, unidos, emprenden la huida hacia Francia. El trujamán ensalza la acción e interviene maese Pedro para decir “Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda afectación es mala.”

Continuó el intérprete diciendo que el rey Marsilio al enterarse mandó que tocasen todas las campanas que están en las torres de las  mezquitas de Zaragoza. Intervino don Quijote para rectificarlo y decirle que los moros no tienen campanas sino atabales (tambor pequeño) y un género de dulzainas que parecen nuestras chirimías (instrumento de viento semejante al oboe). Maese Pedro le dijo al muchacho que continuara, pues ¿ No se representan por ahí casi de ordinario mil comedias llenas de mil impropiedades y disparates, y, con todo eso, corren felicísimamente su carrera y se escuchan no sólo con aplauso, sino con admiración y todo?

Terminó el intérprete diciéndoles a los presentes que miraran cómo salía la caballería de la ciudad, al son de los atabales y dulzainas,  persiguiendo a los dos católicos amantes.

Don Quijote cuando vio y oyó lo anterior sacó su espada y, pidiéndoles que se detuvieran, empezó a lanzar cuchilladas sobre las figuras, de tal manera que echó todo el retablo por el suelo, no dejando títere con cabeza. Maese Pedro le pidió que se detuviera, pues le estaba echando a perder su hacienda;  los oyentes se alborotaron, el mono huyó.

Don Quijote se jactaba de su buena acción, pues gracias a él, don Gaiferos y Melisendra se habían salvado. Maese Pedro se quejó amargamente del cambio que había experimentado, si antes era una persona pudiente, ahora se veía desolado, pobre y abatido. Sancho lo consoló diciéndole que cuando don Quijote se diera cuenta de lo que había hecho, le pagaría el agravio. Admitió su error don Quijote argumentando que los encantadores le habían hecho creer que las figuras eran de verdad. Se había limitado a cumplir con su profesión de caballero andante, ayudando a los que huían. No había actuado con malicia y estaba dispuesto a pagar lo que le correspondía en  “buena y corriente moneda castellana”.

Le fueron poniendo precio a cada una de las figuras. En total pagó don Quijote cuarenta y tres reales y tres cuartillos, más dos reales por buscar el mono. Sancho todo lo desembolsó. Se terminó “la borrasca del retablo” y cenaron en paz a costa de don Quijote, que en todo era liberal.

Antes de que amaneciese se marcharon  el de las alabardas, maese Pedro,  el primo y el paje, a este último le dio don Quijote una docena de reales. Al ventero le pagó bien Sancho, por orden de su señor. Eran casi las ocho cuando dejaron la venta y se pusieron en camino.

Comentario
Véase el cometario del profesor Ignacio Arellano en el capítulo anterior

El tema teatral apareció en el capítulo XI, 2. Recordemos que cuando don Quijote se encontró con Las Cortes de la Muerte, representadas por la compañía de Angulo el Malo, don Quijote, después de despedirse de ellos, les dijo: “Andad con Dios, buena gente, y haced vuestra fiesta, y mirad si mandáis algo en que pueda seros de provecho; que lo haré con buen ánimo y buen talante, porque desde muchacho fui aficionado a la carátula, y en mi mocedad se me iban los ojos tras la farándula”. Como vemos, estas palabras reflejan el interés de Cervantes por el teatro. En el retablo de maese Pedro, como muy bien apunta el catedrático de la Universidad de Navarra, Ignacio Arellano, en el comentario a este capítulo, "vemos una elaboración libérrima y humorística de la leyenda del rescate de Melisendra, prisionera de Almanzor, por su marido Gaiferos, historia narrada en diversos romances" 

Siguiendo en la línea del pensamiento dramático de Cervantes, se pasa ahora de las Cortes de la Muerte al retablo de maese Pedro. El ensayista y académico de la Lengua  Díaz Plaja, en su libro En torno a Cervantes sostiene que el origen del  retablo de maese Pedro se encuentra en los puppi  italianos. Las razones que aduce son: a ) los elementos italianos que contienen las frases con que maese Pedro es saludado por el ventero: hombre galante (galantuomo), bon compaño , como dicen en Italia, ¿qué peje pillano?. Loc. Italiana que quiere decir ¿ de qué se trata?; b) los muchos cómicos italianos que circulaban por entonces por los caminos de España; c) los recuerdos italianos de Cervantes. Cuando estuvo convaleciente de las heridas de Lepanto, en Palermo, en 1547.  Allí pudo ver los puppi; en estos las figuras se manejan desde arriba, de la misma manera que lo hacía maese Pedro.

El catedrático de la Universidad de Nueva York Joaquín Casalduero, después de comentar los tres actos en que se divide la obra, explica la diferencia entre el Quijote de 1605 y 1615 en función de lo que se dice en este capítulo. En primer lugar, denuncia Cervantes lo grotesco que supone el querer revivir el pasado;  Don Quijote es un loco porque confundía las figuras históricas con las de la imaginación y estas promovían su deseo de vivir de manera semejante a ellas. Esto es completamente ridículo y se ha visto en las confusiones de molinos con gigantes o rebaños con ejércitos, en el de 1605. En 1615 vive las acciones como tomando parte en la obra de arte. Esto es lo que le ocurre en el retablo. El tema lo ha expuesto al principio el muchacho: la libertad de Melisendra. Don Quijote lo vive como espectador y como actor. El filósofo y catedrático de la Universidad de Madrid Ortega y Gasset, en Meditaciones del Quijote, lo expone: Don Quijote es “la arista en que ambos mundos (el de la realidad y la fantasía) se cortan, formando un bisel”





 


No hay comentarios:

Publicar un comentario