martes, 24 de mayo de 2011

CAPÍTULO XXXIX. SE INICIA LA HISTORIA DEL CAUTIVO






Empieza el cautivo a contar su historia a los presentes, diciendo que procede de las montañas de León. Su padre, rico terrateniente, soldado en su juventud, fue un hombre liberal y gastador, como suelen ser los soldados, que es escuela la soldadesca donde el mezquino se hace generoso, y el generoso pródigo, y si algunos soldados se halla que son mezquinos, son como monstruos, que se ven raras veces. Pasaba mi padre los términos de la liberalidad y rayaba en lo de ser pródigo, cosa que no le es de ningún provecho al hombre casado y que tiene hijos que le han de suceder en el nombre y en el ser”.

Un día los llamó a los tres y les dijo que,  como le era muy difícil no ser gastoso, lo cual iba contra su naturaleza, se proponía vender su hacienda y dividirla en cuatro partes iguales: una se reservaría él y las otras la repartiría entre ellos. Dicho esto, les aconsejó que “hiciéramos caso de un refrán que hay en nuestra España, a mi parecer muy verdadero, como todos los son, por ser sentencias breves sacadas de la luenga y discreta experiencia; y el que yo digo dice: “Iglesia o mar o casa real”, como si más claramente dijera: “Quien quisiere valer y ser rico siga o la Iglesia o navegue, ejercitando el arte de las mercancías, o entre a servir a los reyes en sus casas”; porque dicen: “Más vale migaja de rey que merced de señor””.

Su tío compró la hacienda para que no saliera de la familia. Su padre cobró el dinero y les dio tres mil ducados a cada uno;  de los tres mil que le dio a él, le devolvió dos mil a su padre; sus hermanos, imitándole le dieron a su padre mil cada uno; su padre se quedó con una cuarta parte en bienes raíces ( en tierras y bienes inmuebles ) pues no vendió su parte de hacienda, además de cuatro mil ducados que le entregaron sus hijos. Después de abrazarlos el padre y darles su bendición se despidieron con lágrimas en los ojos.  El mayor cogió el camino de las armas; el segundo se marchó a hacer negocios a la Indias;  el menor, a Salamanca a terminar sus estudios.   

. Habían pasado veintidós años desde aquella fecha. Desde su pueblo, había viajado el cautivo a Alicante  y allí embarcó rumbo a Génova;  se incorporó allí a los tercios españoles de Flandes en 1568, poniéndose  al servicio del Duque de Alba (El narrador del capítulo es el capitán Ruy Pérez de Viedma y como los hechos ocurrieron en 1567, nos sitúa en 1589; de lo anterior deduce Francisco Rico que es probable que el cautivo es el trasunto de Cervantes, el cual insertara en el Quijote un relato escrito poco después ); formó parte de los tercios españoles de Flandes y alcanzó el grado de capitán de artillería; con este grado  tomó parte en la batalla naval de Lepanto (7 de octubre de 1571), “felicísima jornada”, “en la que quedó el orgullo y soberbia turca quebrantada; pero fue hecho prisionero por el Uchalí, rey de Argel.  Fue condenado al remo, vio caer La Goleta (fortaleza de la bahía de Túnez, ganada por Carlos V en 1535 y conquistada por los turcos en el verano de 1574) “–gomia (monstruo de insaciable apetito) o esponja y polilla de la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban-“, así como el fuerte junto a Túnez. Murieron en estas batallas muchas personas, especialmente don Pedro Portocarrero, general de La Goleta; el hermano del famoso Juan Andrea de Oria, tristemente famoso porque unos alárabes, a traición le cortaron la cabeza y se la llevaron al general de la armada turquesca, el cual cumplió el refrán que dice: “aunque la traición aplace, el traidor se aborrece” (Siempre se desprecia al traidor, aunque la traición aproveche): el general mandó ahorcar a los que le trajeron el presente.  Allí también desapareció un amigo suyo don Pedro de Aguilar, que además era buen poeta, muestra de ello son los dos sonetos que, a manera de epitafio, hizo a la Goleta y al fuerte.
Al oír lo de don Pedro de Aguilar, don Fernando se sonrió, pues este don Pedro era su hermano. Explicó don Fernando cómo, después de haber estado prisionero su hermano, alcanzó la libertad, estaba casado, tenía tres hijos y vivía felizmente rico en su pueblo; a esto respondió el cautivo que “no hay en la tierra, conforme a mi parecer, contento que se iguale a alcanzar la libertad perdida”Dicho lo anterior, el cautivo invitó a don Fernando a que leyera los sonetos de su hermano.

Comentario. 


El catedrático de Literatura Española de la Universidad de Toulouse, Michel Moner, analiza este capítulo, destacando en primer lugar que de la variedad de cuentos peregrinos que se insertan en El Quijote, ya que ocurren en distintos lugares:  Sierra Morena, Italia y éste, en la venta de Juan Palomeque y en Lepanto, este cuento es el más singular, pues según el profesor Moner hay en el inicio indicios del "cuento maravilloso" en su tradición oral, por la apertura que tiene: "En un lugar de las montañas de León..." y el marco en el que se insertan las aventuras del capitán  (un padre que tenía tres hijos los manda a que se ganen la vida, cada cual por un camino distinto). También admite que tiene cierta analogía con el principio del Quijote  ("En un lugar de la Mancha...)

El tema del cuento enlaza con el discurso de las armas y las letras, ya que de los tres hermanos, el que escoge las armas es el que se lleva la mayor pobreza y peor fortuna. 

El centro de gravedad del cuento pronto se desplaza a la historia de España; el narrador se convierte en testigo y nos hace una crónica de la victoria militar en la batalla de Lepanto, la pérdida de la Goleta, el elogio de los soldados españoles y "la nula crítica a la impericia de sus jefes.

El capítulo concluye con dos sonetos, que a modo de epitafio a la Goleta, sirven como transición entre la historia y la poesía, quedando diferidos para el capítulo siguiente.








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